miércoles, 27 de octubre de 2010

Balas que silencian la verdad




Honduras ya no es la República Bananera del siglo XIX. Aunque no puede considerarse un país democrático y justo. La noche del 28 de Junio de 2009 el proceso de desprestigio y sabotaje al presidente Manuel Zelaya culminó en un Golpe de Estado. Militares con metralletas entraron en el palacio presidencial, lo trasladaron a la base militar de EEUU en el centro del país y lo soltaron, en pijama, en el aeropuerto de Costa Rica.

Nadie persiguió al avión que había abandonado al presidente democrático ni hubo ninguna voz de alarma. Pero todo estaba en calma, porque había una nota del presidente en la que explicaba las causas de su renuncia. Todo estaba preparado para golpear el día 25, pero la casa presidencial estaba llena de periodistas y políticos. Demasiado escandaloso. En estas circunstancias, Roberto Michelleti subía al poder, un gobierno de transición lo llamaban algunos. ¿Cómo denominarlo golpe de estado si quien accedía a la presidencia era un civil, el presidente del Congreso Nacional?

Ha pasado más de un año, pero en Honduras la situación no ha cambiado. Algunos dirán que se celebraron elecciones. Sin embargo los hondureños no fueron a votar, quienes lo hicieron fueron escoltados por militares con metralletas, tampoco había observadores internacionales, ni se han conocido nunca los resultados reales de cuántas personas acudieron a las urnas. Por si esto fuera poco, Porfirio Lobo fue el elegido. Curiosamente, del mismo partido político que Micheletti, el del “gobierno de transición”. Un día después del golpe, la OEA (Organización de Estados Americanos) expulsó a Honduras, y la ONU también mostró su repulsa.Sin embargo, todos salvo la OEA parecen haber dejado sus conciencias tranquilas tras las elecciones. Es más, Estados Unidos parecen estar de acuerdo con la legalidad del nuevo gobierno.

Hoy, en Honduras, mandan los mismos militares que llevaron a cabo el golpe. Con una sutil diferencia: el general Pérez, pongamos por caso, se hace llamar Licenciado Pérez. De este modo queda demostrado que es un civil- como ven, un “falso” civil- y por tanto un gobierno civil nunca puede ser ilícito.

Afortunadamente el pueblo hondureño no se rinde. Un 80% de la población es pobre, las maquilas inundan el país y aproximadamente 10 familias dominan el país. Pero la Resistencia continúa la lucha. El periodista hondureño Bartolo Fuentes es un ejemplo de ello. Estuvo ayer en la Universidad de Zaragoza y fue la voz de un pueblo que todos se empeñan en callar. ¿Y si no, por qué la resistencia al gobierno de Porfirio Lobo, que ha reunido más firmas que votos consiguió este presidente, no merece ningún titular en los medios de todo el mundo? Se visten de democracia, pero rozan el sistema dictatorial y oligárquico. En este país de Centroamérica hay tan solo 4 periódicos y sus propietarios son los mismos que controlan la maquila, es decir, todo.

Ejercer en honduras de periodistas, en el sentido puro de la palabra, es enfrentarte a un balazo o a una detención. Tan solo les permiten actuar de escribientes, es decir, han de escribir literalmente lo que lo políticos y las personas influyentes dicen. Sin embargo, muy lejos les queda la opción de relatar la verdad. Expresar la verdad y ayudar a los trabajadores es lo que intentan en Honduras Laboral, el medio donde trabaja Bartolo Fuentes.

Como decimos, ser periodista es una profesión de riesgo en Honduras. Estar en la resistencia consituye por sí mismo un riesgo. Las amenazas son constantes, las llamadas anónimas, y algún que otro susto para alertar del peligro de contar la verdad. Desde que se produjo el golpe, diez periodistas han encontrado la muerte al salir del trabajo, al doblar una esquina. Balas malintencionadas que se cruzaron en el camino de la libertad de expresión, en el camino de la verdad. El propio Bartolo Fuentes ya ha sido detenido en dos ocasiones, y la brutalidad de los hechos no son imaginaciones ni exageraciones. ¿Son necesarios 6 policías para detener a un solo hombre mientras hace uso de la libertad de expresión?

Laura Carnicero
María Eugenia Tapia


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